Sacaremos la pizarra cada mes para aportar todos los detalles sobre uno de los aspectos relacionados con nuestros vinos. El tema de este mes es la variedad de uva más importante de Aragón: la garnacha.
La garnacha, esa variedad tan poco valorada. En su momento fue la variedad de uva que más se plantaba en España, pero la conocida como «la maldita» entre los viticultores se comenzó a arrancar y a sustituirse por la variedad más popular en ese momento: el tempranillo. A nosotros nos fascina y por eso nos cuesta comprender por qué ha provocado tanto rechazo. Es verdad que tiende al corrimiento cuando las flores no se polinizan bien, lo que reduce la cantidad de uvas que se forman, en especial si el clima es húmedo o está cubierto de nubes en el momento de la polinización, además de a enmohecerse y pudrirse cuando aumenta la humedad. En adición, las producciones que no se controlan estrictamente generan una superproducción y se obtienen vinos con un elevado contenido alcohólico, poco color y de baja acidez. ¿Cómo podemos gestionar estos problemas entonces? La garnacha debe crecer en un lugar cálido, soleado, de escasa pluviosidad, con suelos pobres, en altitud y en vides viejas con producciones mucho más escasas: así son nuestras viñas. Asimismo, se cree que Aragón es el lugar de origen de la garnacha y aproximadamente la mitad de sus vides de garnacha tienen entre 30 y 50 años, con lo que obtenemos el maridaje perfecto entre uva, vid y terroir. Cuando se encuentra el terroir perfecto y las uvas se tratan con cariño, la garnacha pasa a ser una fiera muy diferente, sumamente aromática, envuelta en frutos rojos, hierbas y otras fragancias, sedosa, suave y ágil en el paladar, que sin ninguna duda no carece de estructura, acidez, color ni taninos. Este es el tipo de garnacha que nos gusta y que procuramos que sea cada vez mejor.